El fondo de la botella (trad. Caridad Martínez) by Georges Simenon

El fondo de la botella (trad. Caridad Martínez) by Georges Simenon

autor:Georges Simenon [Simenon, Georges]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1948-01-01T00:00:00+00:00


6

Al principio, no era desagradable, al contrario. Todo su cuerpo era sensible, y lo hundía voluptuosamente en el colchón, hasta hacerse daño, como el que juega con un diente enfermo. No se daba aún cuenta de que estaba en su cama. Lil Noland —pero una Lil Noland tan diferente de la auténtica que nadie la reconocería— era su pareja en un sueño sentimental y erótico a un tiempo. Y fue, precisamente, al querer concretar ese erotismo, cuando empezó a volver a la realidad, de manera progresiva. A medida que se iba despejando y desaparecía la sensación de sueño y anonadamiento, las voluptuosidades se convertían en horribles agujetas y la cabeza se le llenaba de un vertiginoso vacío sonoro.

Aquel ruido regular, con pequeños intervalos —fue su primer descubrimiento— eran las gruesas gotas de agua que caían de la ducha, en su cuarto de baño. O sea que alguien se había duchado, ¿a lo mejor él mismo? Nora no habría venido a ducharse a su cuarto. Donald tampoco.

Inmediatamente después, fue consciente de que aquello iría haciéndose mucho más desagradable, y tuvo por un momento la esperanza de volverse a dormir. Ya era demasiado tarde. Las preguntas le asaltaban.

Ante todo, ¿cómo era posible que él estuviera en su cama? No había abierto los ojos, porque la luz le hacía daño, pero sabía que estaba en su cama, y había palpado y reconocido la estructura. Y después se palpó el pecho y constató que estaba completamente desnudo.

Ya le había pasado, emborracharse hasta el punto de perder el conocimiento, y la mayoría de las veces se encontraba luego acostado completamente vestido, atravesado en su cama, y hasta en la alfombra.

¿Fue Nora quien le desnudó o la había ayudado alguien? ¿Fue Donald…?

Habría querido no ir más allá en sus averiguaciones. Si bien no se acordaba de sus andanzas, sí que era consciente de que le aguardaban ciertas enojosas realidades, y no sólo enojosas, sino humillantes. Esa aprensión le había acompañado todo el tiempo que estuvo dormido.

Aparte de las gotas de agua de la ducha, no oía ningún ruido. No llovía. Por la luz que atravesaba sus párpados, debía de hacer sol. Dolores, la criada, no andaba por la cocina. ¿Es que no había llegado aún? Qué tonto era. Si ella vivía en Tumacacori, al otro lado del río, y estarían varios días sin servicio. ¡Pues qué divertido, con el desorden que debía de reinar en la casa y con el mal humor que seguramente gastaría Nora!

Sabía que estaría enfadada con él. Sólo Dios sabía cómo, pero vaya si lo sabía. No estaría enfadada con él por haberse emborrachado, porque eso le ocurría a ella también, sino por haberse comportado mal. Todo el mundo estaba enfadado con él. La última impresión de la víspera era una sensación de vergüenza, de soledad en medio de la general reprobación.

Tenía algo que hacer enseguida, algo importante, vital, ¿pero qué? Era algo que le estuvo rondando por la cabeza toda la velada. Y ahora ya no lograba acordarse.

Resaca, lo que se dice resaca, tenía la peor de su vida.



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